Sobre un suelo frío donde el tiempo lloró,
una anciana contempla lo que el odio arrancó.
Su hogar, un refugio de historias y fe,
despojado por manos que nada saben de pie.
Los buitres del oro, con cruces al sol,
arrasan la vida, rompen su control.
Con botas de hierro y el brillo de una hebilla,
el pasado es ceniza y el presente un quebranto.
¡Raíces arrancadas, hogares desangrados!
El banco y sus perros, marchando a su lado.
No hay paz, ni justicia, solo frío en la piel,
mientras el fascismo cobra su alquiler.
Con papeles firmados, disfrazan el mal,
dictan sentencia desde su pedestal.
Su hogar no es madera, ni ladrillo, ni piel,
es el eco de vidas que hoy pisan sin ver.
Un grito se ahoga en la voz de la ley,
la bandera del odio ondea otra vez.
Pero en su mirada, no hay derrota ni fin,
solo rabia ancestral, un fuego sin ruin.
¡Raíces arrancadas, hogares desangrados!
El banco y sus perros, marchando a su lado.
No hay paz, ni justicia, solo frío en la piel,
mientras el fascismo cobra su alquiler.
De la casa al abismo, del abismo al coraje,
sus manos arrugadas aún forjan un mensaje:
"El hogar es del alma, no del poder,
y el miedo en sus ojos comienza a ceder".
¡Raíces arrancadas, pero aún resistimos!
Los débiles se alzan, ya no somos los mismos.
Con fuego y con rabia, la historia cambió,
los muros del odio el pueblo derribó.
En la fría avenida, una anciana sonríe,
su casa es la lucha, su fuerza persiste.
El banco y los nazis ya tiemblan de pie,
pues la tierra es del pueblo, y no del poder.