Garcilaso de la Vega: Égloga I

Поділитися
Вставка
  • Опубліковано 29 лип 2020
  • Voz: Manuel López Castilleja
    Fondo musical: J_S_Bach_Sonata para flauta y clave_BWV 1030
    UA-cam.com
    El dulce lamentar de dos pastores,
    Salicio juntamente y Nemoroso,
    he de contar, sus quejas imitando;
    cuyas ovejas al cantar sabroso
    estaban muy atentas, los amores,
    (de pacer olvidadas) escuchando.
    Tú, que ganaste obrando
    un nombre en todo el mundo
    y un grado sin segundo,
    agora estés atento sólo y dado
    el ínclito gobierno del estado
    Albano; agora vuelto a la otra parte,
    resplandeciente, armado,
    representando en tierra el fiero Marte;
    agora de cuidados enojosos
    y de negocios libre, por ventura
    andes a caza, el monte fatigando
    en ardiente jinete, que apresura
    el curso tras los ciervos temerosos,
    que en vano su morir van dilatando;
    espera, que en tornando
    a ser restituido
    al ocio ya perdido,
    luego verás ejercitar mi pluma
    por la infinita innumerable suma
    de tus virtudes y famosas obras,
    antes que me consuma,
    faltando a ti, que a todo el mondo sobras.
    En tanto que este tiempo que adivino
    viene a sacarme de la deuda un día,
    que se debe a tu fama y a tu gloria
    (que es deuda general, no sólo mía,
    mas de cualquier ingenio peregrino
    que celebra lo digno de memoria),
    el árbol de victoria,
    que ciñe estrechamente
    tu gloriosa frente,
    dé lugar a la hiedra que se planta
    debajo de tu sombra, y se levanta
    poco a poco, arrimada a tus loores;
    y en cuanto esto se canta,
    escucha tú el cantar de mis pastores.
    Saliendo de las ondas encendido,
    rayaba de los montes al altura
    el sol, cuando Salicio, recostado
    al pie de un alta haya en la verdura,
    por donde un agua clara con sonido
    atravesaba el fresco y verde prado,
    él, con canto acordado
    al rumor que sonaba,
    del agua que pasaba,
    se quejaba tan dulce y blandamente
    como si no estuviera de allí ausente
    la que de su dolor culpa tenía;
    y así, como presente,
    razonando con ella, le decía:
    Salicio:
    ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
    y al encendido fuego en que me quemo
    más helada que nieve, Galatea!,
    estoy muriendo, y aún la vida temo;
    témola con razón, pues tú me dejas,
    que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
    Vergüenza he que me vea
    ninguno en tal estado,
    de ti desamparado,
    y de mí mismo yo me corro agora.
    ¿De un alma te desdeñas ser señora,
    donde siempre moraste, no pudiendo
    de ella salir un hora?
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
    El sol tiende los rayos de su lumbre
    por montes y por valles, despertando
    las aves y animales y la gente:
    cuál por el aire claro va volando,
    cuál por el verde valle o alta cumbre
    paciendo va segura y libremente,
    cuál con el sol presente
    va de nuevo al oficio,
    y al usado ejercicio
    do su natura o menester le inclina,
    siempre está en llanto esta ánima mezquina,
    cuando la sombra el mondo va cubriendo,
    o la luz se avecina.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
    ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada,
    sin mostrar un pequeño sentimiento
    de que por ti Salicio triste muera,
    dejas llevar (¡desconocida!) al viento
    el amor y la fe que ser guardada
    eternamente sólo a mí debiera?
    ¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
    (pues ves desde tu altura
    esta falsa perjura
    causar la muerte de un estrecho amigo)
    no recibe del cielo algún castigo?
    Si en pago del amor yo estoy muriendo,
    ¿qué hará el enemigo?
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
    Por ti el silencio de la selva umbrosa,
    por ti la esquividad y apartamiento
    del solitario monte me agradaba;
    por ti la verde hierba, el fresco viento,
    el blanco lirio y colorada rosa
    y dulce primavera deseaba.
    ¡Ay, cuánto me engañaba!
    ¡Ay, cuán diferente era
    y cuán de otra manera
    lo que en tu falso pecho se escondía!
    Bien claro con su voz me lo decía
    la siniestra corneja, repitiendo
    la desventura mía.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
    ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
    (reputándolo yo por desvarío)
    vi mi mal entre sueños, desdichado!
    Soñaba que en el tiempo del estío
    llevaba, por pasar allí la sienta,
    a beber en el Tajo mi ganado;
    y después de llegado,
    sin saber de cuál arte,
    por desusada parte
    y por nuevo camino el agua se iba;
    ardiendo yo con la calor estiva,
    el curso enajenado iba siguiendo
    del agua fugitiva.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
    Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
    Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
    ¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
    Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?
    ¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
    de tus hermosos brazos anudaste?
    No hay corazón que baste,
    aunque fuese de piedra,
    viendo mi amada hiedra,
    de mí arrancada, en otro muro asida,
    y mi parra en otro olmo entretejida,
    que no se esté con llanto deshaciendo
    hasta acabar la vida.
    Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
    ¿Qué no se esperará de aquí adelante,
    por difícil que sea y por incierto?
    O ¿qué discordia no será juntada?,
    y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
    o qué de hoy más no temerá el amante,
    siendo a todo materia por ti dada?
    Cuando tú enajenada
    de mi cuidado fuiste,
    notable causa diste,
    y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,
    que el más seguro tema con recelo
    perder lo que estuviere poseyendo.

КОМЕНТАРІ • 6