Pedro Salinas 7 mejores poemas

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  • Опубліковано 20 гру 2022
  • Contiene:
    00:03 Cuánto sabe la flor
    01:17 Para vivir no quiero...
    02:29 Amor, amor, catástrofe
    04:04 Qué gran víspera el mundo
    06:26 Nube en la mano
    09:49 Eterna presencia
    11:58 El sí -
    Poesía, cuentos y narraciones en la voz de Tomás Galindo.

КОМЕНТАРІ • 4

  • @ErnestoR.
    @ErnestoR. Рік тому +3

    1. Cuánto sabe la flor
    ¡Cuánto sabe la flor! Sabe ser blanca
    cuando es jazmín, morada cuando es lirio.
    Sabe abrir el capullo
    sin reservar dulzuras para ella,
    a la mirada o a la abeja.
    Permite sonriendo
    que con su alma se haga miel.
    ¡Cuánto sabe la flor! Sabe dejarse
    coger por ti, para que tú la lleves,
    ascendida, en tu pecho alguna noche.
    Sabe fingir, cuando al siguiente día
    la separas de ti, que no es la pena
    por tu abandono lo que la marchita.
    ¡Cuánto sabe la flor! Sabe el silencio;
    y teniendo unos labios tan hermosos
    sabe callar el «¡ay!» y el «no», e ignora
    la negativa y el sollozo.
    ¡Cuánto sabe la flor! Sabe entregarse,
    dar, dar todo lo suyo al que la quiere,
    sin pedir más que eso: que la quiera.
    Sabe, sencillamente sabe, amor.
    2. Para vivir no quiero...
    Para vivir no quiero
    islas, palacios, torres.
    ¡Qué alegría más alta:
    vivir en los pronombres!
    Quítate ya los trajes,
    las señas, los retratos;
    yo no te quiero así,
    disfrazada de otra,
    hija siempre de algo.
    Te quiero pura, libre,
    irreductible: tú.
    Sé que cuando te llame
    entre todas las gentes
    del mundo,
    tú sólo serás tú.
    Y cuando me preguntes
    quién es el que te llama,
    el que te quiere suya,
    enterraré los nombres,
    los rótulos, la historia.
    Iré rompiendo todo
    lo que encima me echaron
    desde antes de nacer.
    Y vuelto ya al anónimo
    eterno del desnudo,
    de la piedra, del mundo,
    te diré:
    «Yo te quiero, soy yo».

    • @ErnestoR.
      @ErnestoR. Рік тому +1

      3. Amor, amor, catástrofe
      Amor, amor, catástrofe.
      ¡Qué hundimiento del mundo!
      Un gran horror a techos
      quiebra columnas, tiempos;
      los reemplaza por cielos
      intemporales. Andas, ando
      por entre escombros
      de estíos y de inviernos
      derrumbados. Se extinguen
      las normas y los pesos.
      Toda hacia atrás la vida
      se va quitando siglos,
      frenética, de encima;
      desteje, galopando,
      su curso, lento antes;
      se desvive de ansia
      de borrarse la historia,
      de no ser más que el puro
      anhelo de empezarse
      otra vez. El futuro
      se llama ayer. Ayer
      oculto, secretísimo,
      que se nos olvidó
      y hay que reconquistar
      con la sangre y el alma,
      detrás de aquellos otros
      ayeres conocidos.
      ¡Atrás y siempre atrás!
      ¡Retrocesos, en vértigo,
      por dentro, hacia el mañana!
      ¡Que caiga todo! Ya
      lo siento apenas. Vamos,
      a fuerza de besar,
      inventando las ruinas
      del mundo, de la mano
      tú y yo
      por entre el gran fracaso
      de la flor y del orden.
      Y ya siento entre tactos,
      entre abrazos, tu piel,
      que me entrega el retorno
      al palpitar primero,
      sin luz, antes del mundo,
      total, sin forma, caos.
      4. Qué gran víspera el mundo
      ¡Qué gran víspera el mundo!
      No había nada hecho.
      Ni materia, ni números,
      ni astros, ni siglos,… nada.
      El carbón no era negro
      ni la rosa era tierna.
      Nada era nada, aún.
      ¡Qué inocencia creer
      que fue el pasado de otros
      y en otro tiempo, ya
      irrevocable, siempre!
      No, el pasado era nuestro:
      no tenía ni nombre.
      Podíamos llamarlo
      a nuestro gusto: estrella,
      colibrí, teorema,
      en vez de así, “pasado”;
      quitarle su veneno.
      Un gran viento soplaba
      hacia nosotros minas,
      continentes, motores.
      ¿Minas de qué? Vacías.
      Estaban aguardando
      nuestro primer deseo,
      para ser en seguida
      de cobre, de amapolas.
      Las ciudades, los puertos
      flotaban sobre el mundo,
      sin sitio todavía:
      esperaban que tú
      les dijeses: “Aquí”,
      para lanzar los barcos,
      las máquinas, las fiestas.
      Máquinas impacientes
      de sin destino, aún;
      porque harían la luz
      si tú se lo mandabas,
      o las noches de otoño
      si las querías tú.
      Los verbos, indecisos,
      te miraban los ojos
      como los perros fieles,
      trémulos. Tu mandato
      iba a marcarles ya
      sus rumbos, sus acciones.
      ¿Subir? Se estremecía
      su energía ignorante.
      ¿Sería ir hacia arriba
      “subir”? ¿E ir hacia dónde
      sería “descender”?
      Con mensajes a antípodas,
      a luceros, tu orden
      iba a darles conciencia
      súbita de su ser,
      de volar o arrastrarse.
      El gran mundo vacío,
      sin empleo, delante
      de ti estaba: su impulso
      se lo darías tú.
      Y junto a ti, vacante,
      Por nacer, anheloso,
      Con los con los ojos cerrados,
      Preparado ya el cuerpo
      Para el dolor y el beso,
      con la sangre en su sitio,
      yo, esperando
      ¡ay, si no me mirabas!
      a que tú me quisieses
      y me dijeras: “Ya”.

    • @ErnestoR.
      @ErnestoR. Рік тому +1

      5. Nube en la mano
      Se siente una lluvia cerca.
      A esa nube gris, plomiza,
      que por su altura navega,
      tan sin prisa soñadora,
      se le puede ver el rumbo:
      es un jardín;
      el sueño se le descifra:
      es una rosa.
      ¡Qué aparente lo marmóreo,
      qué indecisa su firmeza!
      Su tenue ser vaporoso
      con encarnaciones sueña
      vislumbradas,
      desde arriba, aquí, en la tierra.
      Con tiernas formas intactas
      que, invisibles todavía,
      aún no abiertas,
      puras vísperas de flor,
      en algún jardín esperan
      a que llueva agua de mayo,
      a que llueva.
      Llueve ya.
      La nube inicia su tránsito
      por el aire, y la ciudad
      se trastorna, cuando llega.
      En los llanos del asfalto
      luminosa brota yerba
      repentina, son reflejos.
      Los suelos todos se pueblan
      de radiante césped trémulo,
      y en la insólita pradera
      saltan las ancas brillantes
      de las más extrañas bestias,
      todas de curvos colores,
      que pastan las luces frescas.
      Agua de mayo, lloviendo
      la nube está.
      ¿Y ha de quedar todo en eso?
      ¿Acaba así tanta altura,
      en paraguas callejeros?
      No. En su oficina, un vergel,
      la vieja alquimia prepara
      su divino arte secreto.
      Esperan botón, capullo,
      algo,
      aunque de la tierra venga,
      más celeste que terreno.
      Lento, se empapa el jardín
      de lo que antes era cielo.
      Muy despacio, tallo arriba
      la nube gris va subiendo.
      Su gris se le torna rosa,
      lo fosco se vuelve tierno.
      Perfecciones que soñara,
      errabunda, por los cielos,
      la nube las realiza
      en el capullo que ha abierto.
      Y aquella deriva lenta,
      por los anchos firmamentos,
      en suave puerto termina:
      en la calma de unos pétalos.
      ¿Quién de menos la echaría,
      quién va a decir que se ha muerto,
      si en el azul absoluto
      falta su bulto sereno?
      Está aquí, que yo lo siento,
      olor de nube, en la flor,
      celeste, en tierra, resuello.
      Y si ayer vapor la vi,
      en mi mano está su peso,
      ahora, leve; y sus celajes
      en carmines los poseo.
      Feliz la nube de mayo,
      que en esta o aquella rosa
      cumple su sino perfecto.
      Feliz ella y feliz yo,
      que la tengo.

    • @ErnestoR.
      @ErnestoR. Рік тому +1

      6. Eterna presencia
      No importa que no te tenga,
      no importa que no te vea.
      Antes te abrazaba,
      antes te miraba,
      te buscaba toda,
      te quería entera.
      Hoy ya no les pido,
      ni a manos ni a ojos,
      las últimas pruebas.
      Estar a mi lado
      te pedía antes;
      sí, junto a mí, sí,
      sí, pero allí fuera.
      Y me contentaba
      sentir que tus manos,
      me daban tus manos,
      sentir que a mis ojos
      les dabas presencia.
      Lo que ahora te pido
      es más, mucho más,
      que beso o mirada:
      es que estés más cerca
      de mí mismo, dentro.
      Como el viento está
      invisible, dando
      su vida a la vela.
      Como está la luz
      quieta, fija, inmóvil,
      sirviendo de centro
      que nunca vacila
      al trémulo cuerpo
      de llama que tiembla.
      Como está la estrella,
      presente y segura,
      sin voz y sin tacto,
      en el pecho abierto,
      sereno, del lago.
      Lo que yo te pido
      es sólo que seas
      alma de mi ánima,
      sangre de mi sangre
      dentro de las venas.
      Es que estés en mí
      como el corazón
      mío que jamás
      veré, tocaré,
      y cuyos latidos
      no se cansan nunca
      de darme mi vida
      hasta que me muera.
      Como el esqueleto,
      el secreto hondo
      de mi ser, que sólo
      me verá la tierra,
      pero que en el mundo
      es el que se encarga
      de llevar mi peso
      de carne y de sueño,
      de gozo y de pena
      misteriosamente
      sin que haya unos ojos
      que jamás le vean.
      Lo que yo te pido
      es que la corpórea
      pasajera ausencia
      no nos sea olvido,
      ni fuga, ni falta:
      sino que me sea
      posesión total
      del alma lejana,
      eterna presencia.
      7. El sí -
      Todo dice que sí.
      Sí del cielo, lo azul,
      y sí, lo azul del mar,
      mares, cielos, azules
      con espumas y brisas,
      júbilos monosílabos
      repiten sin parar.
      Un sí contesta sí
      a otro sí. Grandes diálogos
      repetidos se oyen
      por encima del mar
      de mundo a mundo: sí.
      Se leen por el aire
      largos síes, relámpagos
      de plumas de cigüeña,
      tan de nieve que caen,
      copo a copo, cubriendo
      la tierra de un enorme,
      blanco sí. Es el gran día.
      Podemos acercarnos
      hoy a lo que no habla:
      a la pena, al amor,
      al hueso tras la frente:
      son esclavos del sí.
      Es la sola palabra
      que hoy les concede el mundo.
      Alma, pronto, a pedir,
      a aprovechar la máxima
      locura momentánea,
      a pedir esas cosas
      imposibles, pedidas,
      calladas, tantas veces,
      tanto tiempo, y que hoy
      pediremos a gritos.
      Seguros por un día
      - hoy, nada mas que hoy -
      de que los «no» eran falsos,
      apariencias, retrasos,
      cortezas inocentes.
      Y que estaba detrás,
      despacio, madurándose,
      al compás de esta ansia
      que lo pedía en vano,
      la gran delicia: el sí.