Juan Carlos Mestre, 1985: EL OTOÑO Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes. El que llora, el arrobado de juglaría y el que canta para ti epinicios de oro, es que pláceme cumplirte y sonar el cálamo y obedecerte fiebre mía, luz poderosa de un río vocal donde acude mi corazón como balando. Malva es entre las tumbas, hierba de los campos de Arganza el que aquí ha llorado buido por las lágrimas y es celoso con la tierra que pisa, el rozado por la desventura y el invadido por el relámpago y aquel que bajo un panamá de nieve se amarillea y despierto en medio del día se aleja de ti y ya es difunto porque no ha de morirse aunque aletee, aunque recorra el mundo empapado por tu ceniza y goce y no te prefiera. Lloro por el resplandor y los geómetras y por los astros que caen de mis ojos como semillas o yámbicos y lo que dicta el azogue. Cúmplase que he vuelto, aquel que acude a su videncia porque escrito está, porque en lo aullado da su inicio la fragancia.
ANTEPASADOS Mis antepasados inventaron la Vía Láctea, dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad, al hambre le llamaron muralla del hambre, a la pobreza le pusieron el nombre de todo lo que no es extraño a la pobreza. Poco es lo que puede hacer un hombre con el pensamiento del hambre, apenas dibujar un pez en el polvo de los caminos, apenas atravesar el mar en una cruz de palo. Mis antepasados cruzaron el mar sobre una cruz de palo, pero no pidieron audiencia, así que vagaron por los legajos como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas. Y llegaron a los arenales, en los arenales la tierra es brillante como escamas de pez, la vida en los arenales sólo tiene largos días de lluvia y luego largos días de viento. Poco es lo que puede hacer un hombre que solo ha tenido en la vida estas cosas, apenas quedarse dormido recostado en el pensamiento del hambre mientras oye la conversación de los gorriones en el granero, apenas sembrar leña de flor en la sábana de los huertos, andar descalzo sobre la tierra brillante y no enterrar en ella a sus hijos. Mis antepasados inventaron la Vía Láctea, dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad, atravesaron el mar sobre una cruz de palo. Entonces pusieron nombre al hambre para que el amo del hambre se llamara dueño de la casa del hambre y vagaron por los caminos como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas. Poco es lo que puede hacer un hombre con las migas de la piedad, comer pan mojado los días de lluvia a los que luego seguirán largos días de viento y hablar de la necesidad, hablar de la necesidad como se habla en las aldeas de todas las cosas pequeñas que se pueden envolver con cuidado en un pañuelo.
¡Qué grande eres Amancio!
Juan Carlos Mestre, 1985:
EL OTOÑO
Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes.
El que llora, el arrobado de juglaría y el que canta para ti epinicios de oro, es que pláceme cumplirte y sonar el cálamo y obedecerte fiebre mía, luz poderosa de un río vocal donde acude mi corazón como balando.
Malva es entre las tumbas, hierba de los campos de Arganza el que aquí ha llorado buido por las lágrimas y es celoso con la tierra que pisa, el rozado por la desventura y el invadido por el relámpago y aquel que bajo un panamá de nieve se amarillea y despierto en medio del día se aleja de ti y ya es difunto porque no ha de morirse aunque aletee, aunque recorra el mundo empapado por tu ceniza y goce y no te prefiera.
Lloro por el resplandor y los geómetras y por los astros que caen de mis ojos como semillas o yámbicos y lo que dicta el azogue.
Cúmplase que he vuelto, aquel que acude a su videncia porque escrito está, porque en lo aullado da su inicio la fragancia.
ANTEPASADOS
Mis antepasados inventaron la Vía Láctea,
dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad,
al hambre le llamaron muralla del hambre,
a la pobreza le pusieron el nombre de todo lo que no es extraño a la pobreza.
Poco es lo que puede hacer un hombre con el pensamiento del hambre,
apenas dibujar un pez en el polvo de los caminos,
apenas atravesar el mar en una cruz de palo.
Mis antepasados cruzaron el mar sobre una cruz de palo,
pero no pidieron audiencia,
así que vagaron por los legajos
como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas.
Y llegaron a los arenales,
en los arenales la tierra es brillante como escamas de pez,
la vida en los arenales sólo tiene largos días de lluvia y luego largos días de viento.
Poco es lo que puede hacer un hombre que solo ha tenido en la vida estas cosas,
apenas quedarse dormido recostado en el pensamiento del hambre
mientras oye la conversación de los gorriones en el granero,
apenas sembrar leña de flor en la sábana de los huertos,
andar descalzo sobre la tierra brillante
y no enterrar en ella a sus hijos.
Mis antepasados inventaron la Vía Láctea,
dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad,
atravesaron el mar sobre una cruz de palo.
Entonces pusieron nombre al hambre para que el amo del hambre
se llamara dueño de la casa del hambre
y vagaron por los caminos
como los erizos y los lagartos vagan por los senderos de las aldeas.
Poco es lo que puede hacer un hombre con las migas de la piedad,
comer pan mojado los días de lluvia a los que luego seguirán largos días de viento
y hablar de la necesidad,
hablar de la necesidad como se habla en las aldeas
de todas las cosas pequeñas que se pueden envolver con cuidado en un pañuelo.