Mis padres se querían mucho

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  • Опубліковано 9 лис 2011
  • San Josemaría recuerda el cariño de sus padres: "se querían mucho, y tuvieron que sufrir mucho (...); y los vi siempre sonrientes."
    La familia es escuela de amor, en primer lugar, para la mujer y para el hombre que deciden contraer matrimonio. Consideraba el Fundador del Opus Dei:
    «Digo constantemente, a los que han sido llamados por Dios a formar un hogar, que se quieran siempre, que se quieran con el amor ilusionado que se tuvieron cuando eran novios. Pobre concepto tiene del matrimonio -que es un sacramento, un ideal y una vocación-, el que piensa que el amor se acaba cuando empiezan las penas y los contratiempos, que la vida lleva siempre consigo. Es entonces cuando el cariño se enrecia. Las torrenteras de las penas y de las contrariedades no son capaces de anegar el verdadero amor: une más el sacrificio generosamente compartido».
    «El matrimonio entraña una vocación», nos dice san Josemaría en este texto, recogiendo ideas que venía predicando desde los primeros momentos de la fundación del Opus Dei. Con la ayuda de Dios, que nunca faltará, esposa y esposo pueden perseverar en el amor y, a través de ese amor, les resulta posible y amable el propio crecimiento como cristianos, que es también mejorar como personas.
    Alguna vez se puede reñir; pero poco
    Vivido con estas disposiciones, el matrimonio se manifiesta verdaderamente como una vocación, una senda de encuentro con Dios. De modo semejante a todo camino, no faltarán dificultades. A veces surgirán diferencias, modos de pensar distintos entre el marido y la mujer; quizás el egoísmo intentará ganar terreno en sus almas. Hay que estar prevenidos y no sorprenderse. San Josemaría era muy sobrenatural y, al mismo tiempo, muy humano; por eso, previendo estas naturales dificultades en el matrimonio, solía comentar:
    «Como somos criaturas humanas, alguna vez se puede reñir; pero poco. Y después, los dos han de reconocer que tienen la culpa, y decirse uno a otro: ¡perdóname!, y darse un buen abrazo... ¡Y adelante!»
    La relación entre los esposos se convierte, así, en una constante oportunidad de ejercitarse en la entrega mutua. Se trata de un aprendizaje mediante el que los cónyuges toman conciencia, en la cotidianidad de su caminar terreno, de que se deben el uno al otro. En ese estupendo ambiente de confianza, de lealtad, de sinceridad y cariño, ¡de verdadera entrega!, se mostrarán dispuestos a recibir los hijos que Dios quiera confiarles, fruto al mismo tiempo de su amor.
    Mirarse noblemente a la cara
    Si uno desea sinceramente llevar a la práctica este ideal, resulta imprescindible vivir delicadamente la castidad, también en el estado matrimonial. En ningún caso el ejercicio de la sexualidad -es algo querido por Dios, bueno y bello- debe perder su noble y original sentido. Con palabras de san Josemaría os recuerdo que cuando la castidad conyugal está presente en el amor, la vida matrimonial es expresión de una conducta auténtica, marido y mujer se comprenden y se sienten unidos; cuando el bien divino de la sexualidad se pervierte, la intimidad se destroza, y el marido y la mujer no pueden ya mirarse noblemente a la cara.
    Los esposos deben edificar su convivencia sobre un cariño sincero y limpio, y sobre la alegría de haber traído al mundo los hijos que Dios les haya dado la posibilidad de tener, sabiendo, si hace falta, renunciar a comodidades personales y poniendo fe en la providencia divina: formar una familia numerosa, si tal fuera la voluntad de Dios, es una garantía de felicidad y de eficacia, aunque afirmen otra cosa los fautores equivocados de un triste hedonismo.
    El secreto de la felicidad conyugal
    Ordinariamente, el amor matrimonial -como cualquier cariño humano limpio- se manifestará también en cosas pequeñas. San Josemaría habló en innumerables ocasiones de la importancia de lo que parece pequeño -que es grande si se realiza por amor- en los distintos aspectos de la existencia del cristiano. Promovía, por ejemplo, un trato personal e íntimo con Dios, en las circunstancias normales de la vida. Porque la relación con Dios tiene el carácter de trato de familia: somos sus hijos, y Él, nuestro Padre. De este modo, lo que le resultaba útil para meditar en el amor divino, san Josemaría lo aplicaba también al amor humano, a la existencia de nuestras familias; y al revés. De intento lo repito, haciendo mías unas palabras suyas para subrayar que cada pequeño detalle tiene sentido.
    www.es.josemariaescriva.info/a...

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