Todo lo que sé sobre el amor, se lo debo á ella. Voy á referiros lo mejor que pueda, y conforme á los principios en que hemos convenido Agaton y yo, la conversación que con ella tuve; y para ser fiel á tu método, Agaton, explicaré primero lo que es el amor, y en seguida cuáles son sus efectos. Me parece más fácil referiros fielmente la conversación que tuve con la extranjera. Habia yo dicho á Diotima casi las mismas cosas que acaba de decirnos Agaton: que el Amor era un gran dios, y amor de lo bello; y ella se servia de las mismas razones que acabo de emplear yo contra Agaton, para probarme que el Amor no es ni bello ni bueno. Yo la repliqué: ¿qué piensas tú, Diotima, entonces? ¡ Qué! ¿será posible que el Amor sea feo y malo? -Habla mejor, me respondió: ¿crees que todo lo que no es bello, es necesariamente feo? -Mucho que lo creo. -¿Y crees que no se puede carecer de la ciencia sin ser absolutamente ignorante? ¿No has observado que hay un término medio entre la ciencia y la ignorancia? -¿Cuál es? -Tener una opinión verdadera sin poder dar razón de ella; ¿no sabes que esto, ni es ser sabio, puesto que la ciencia debe fundarse en razones; ni es ser ignorante, puesto que lo que participa de la verdad no puede llamarse ignorancia? La verdadera opinión ocupa un lugar intermedio entre la ciencia y la ignorancia. Confesé á Diotima, que decia verdad. -No afirmes, pues, replicó ella, que todo lo que no es bello es necesariamente feo, y que todo lo que no es bueno es necesariamente malo. Y por haber reconocido que el Amor no es ni bueno ni bello, no vayas á creer que necesariamente es feo y malo, sino que ocupa un término medio entre estas cosas contrarias. -Sin embargo, repliqué yo, todo el mundo está acorde en decir que el Amor es un gran dios. -¿Qué entiendes tú, Sócrates, por todo el mundo? ¿Son los sabios ó los ignorantes? -^Entiendo todo el mundo sin excepción. -¿Cómo, replicó ella sonriéndose, podría pasar por un gran dios para todos aquellos que ni aun por dios le reconocen? -¿Cuáles, la dije, pueden ser esos? -Tú y yo, respondió ella. -¿Cómo puedes probármelo? -No es difícil. Respóndeme. ¿No dices que todos los dioses son bellos y dichosos?¿O te atreverlas á sostener que hay uno que no sea ni dichoso ni bello? -iNo, por Júpiter! -¿No llamas dichosos á aquellos que. poseen cosas bellas y buenas? -Seguramente. -Pero estás conforme en que el Amor desea las cosas bellas y buenas, y que el deseo «s una señal de privación. - En efecto, estoy conforme en eso. -¿Cómo entonces, repuso Diotima, es posible que el Amor sea un dios, estando privado de lo que es bello y bueno? -Eso, alo que parece, no puede ser en manera alguna. -¿No ves, por consiguiente, que también tú piensas que el Amor no es un dios? -¡Pero quél la respondí, ¿es que el Amor es mortal? - De ninguna manera. -Pero, en fin, Diotima, díme que es -Es, como dije antes, una cosa intermedia entre lo mortal y lo inmortal. -¿Pero qué es por último? -Un g-ran demonio, Sócrates; porque todo demonio ocupa un lugar intermedio entre los dioses y los hombres. -¿Cuál es, la dije, la función propia de un demonio? -La de ser intérprete y medianero entre los dioses y los hombres; llevar al cielo las súplicas y los sacrificios de estos últimos, y comunicar á los hombres las órdenes de los dioses y la remuneración de los sacrificios que les han ofrecido. Los demonios llenan el intervalo que separa el cielo de la tierra; son el lazo que une al gran todo. De ellos procede toda la esencia adivinatoria y el arte de los sacerdotes con relación á los sacrificios, á los misterios, á los encantamientos, á las profecías y á la magia. La naturaleza divina como no entra nunca en comunicación directa con el hombre, se vale de los demonios para relacionarse y conversar con los hombres, ya durante la vigilia, ya durante el sueño. El que es sabio en todas estas cosas es demoniaco (1); y el que es hábil en todo lo demás, en las artes y oficios, es un simple operario. Los demonios son muchos y de muchas clases, y el Amor es uno de ellos. -¿A qué padres debe su nacimiento? pregunté á Diotima. - Voy á decírtelo, respondió ella, aunque la historia es larga. Cuando el nacimiento de Venus, hubo entre los dioses un gran festín, en el que se encontraba, entre otros, Poros (2) hijo de Metis (3). Después de la comida, Penia (4) se puso á la puerta, para mendigar algunos des- perdidos. En este momento, Poros, embriagado con e néctar (porque aún no se hacia uso del vino), salió de la sala, y entró en el jardin de Júpiter, donde el sueño no tardó en cerrar sus cargados ojos. Entonces, Penia, estrechada por su estado de penuria, se propuso tener un hijo de Poros. Fué á acostarse con él, y se hizo madre del Amor. Por esta razón el Amor se hizo el compañero y servidor de Venus, porque fué concebido el mismo dia en que ella nació; además de que el Amor ama naturalmente la belleza y Venus es bella. Y ahora, como hijo de Poros y de Penia, hé aqui cuál fué su herencia. Por una parte es siempre pobre, y lejos de ser bello y delicado, como se cree generalmente, es flaco, desaseado, sin calzado, sin domicilio, sin más .lecho que la tierra, sin tener con qué cubrirse, durmiendo al a luna, junto á las puertas ó en las calles; en fin, lo mismo que su madre , está siempre peleando con la miseria. Pero, por otra parte, según el natural de su padre, siempre está á la pista de lo que es bello y bueno, es varonil, atrevido, perseverante, cazador hábil; ansioso de saber, siempre maquinando algún artificio, aprendiendo con facilidad, filosofando sin cesar; encantador, mágico, sofista. Por naturaleza no es ni mortal ni inmortal, pero en un mismo dia aparece floreciente y lleno de vida, mientras está en la abundancia, y después se extingue para volver á revivir, á causa de la naturaleza paterna. Todo lo que adquiere lo disipa sin cesar, de suerte q ue nunca es rico ni pobre. Ocupa un término medio entre la sabiduría y la ignorancia, porque ningún dios filosofa, ni desea hacerse sabio, puesto que la sabiduría es aneja á la naturaleza divina, y en general el que es sabio no filosofa. Lo mismo sucede con los ignorantes; ninguno de ellos filosofa, ni desea hacerse sabio, porque la ignorancia produce precisamente el pésimo efecto de persuadir á los que no son bellos, ni buenos, ni sabios, de que poseen estas cualidades; porque ninguno desea las cosas de que se cree provisto. -Pero, Diotima, ¿quiénes son los que filosofan, si no son ni los sabios, ni los ignorantes ? -Hasta los niños saben, dijo ella, que son los que ocupan un término medio entre los ignorantes y los sabios, y el Amor es de este número. La sabiduría es una de las
La sabiduría es una de las cosas más bellas del mundo, y como el Amor ama lo que es bello, es preciso concluir que el Amor es amante de la sabiduría, es decir, filósofo; y como tal se halla en un medio entre el sabio y el ignprante. A su nacimiento lo debe, porque es hijo de un padre sabio y rico, y de una madre que no es ni rica ni sabia. Tal es, mi querido Sócrates, la naturaleza de este demonio. En cuanto á la idea que tú te formabas, no es extraño que te haya ocurrido, porque creías, por lo que pude conjeturar en vista de tus palabras, que el Amor es lo que es amado y no lo que ama. Hé aquí, á mi parecer, por qué el Amor te parecía muy bello, porque lo amable es la belleza real, la gracia, la perfección y el soberano bien. Pero lo que ama es de otra naturaleza distinta como acabo de explicar. - Y bien, sea así, extranjera; razonas muy bien, pero el Amor, siendo como tú acabas de decir, ¿de qué utilidad es para los hombres? -Precisamente eso es, Sócrates, lo que ahora quiero enseñarte. Conocemos la naturaleza y el origen del Amor; es como tú dices el amor á lo bello. Pero si alguno nos preguntase: ¿qué es el amor á lo bello, Sócrates y Diotima, ó hablando con mayor claridad, el que ama lo bello á qué aspira? -A poseerlo, respondí yo. - Esta respuesta reclama una nueva pregunta, dijo Diotima; ¿qué le resultará de poseer lo bello? -Respondí, qué no me era posible contestar inmediatamente á esta pregunta. -Pero, replicó ella, si se cambiase el término, y poniendo lo bueno en lugar de lo bello te preguntase: Sócrates, el que ama lo bueno, ¿á qué aspira? -A poseerlo. -¿Y qué le resultarla de poseerlo? -Encuentro ahora más fácil la respuesta; se hará dichoso. -Porque creyendo las cosas buenas, es como los seres dichosos son dichosos, y no hay necesidad de preguntar porqué el que quiere ser dichoso quiere serlo; tu respuesta me parece satisfacer á todo. - Es cierto, Diotima. -Pero piensas que este amor y esta voluntad sean comunes á todos los hombres, y que todos quieran siempre tener lo que es bueno; ¿ó eres tú de otra opinión? -No, creo que todos tienen este amor y esta voluntad. -¿Por qué entonces, Sócrates, no decimos que todos los hombres aman, puesto que aman todos y siempre la misma cosa? ¿por qué lo decimos de los unos y nó de los otros? - Es esa una cosa que me sorprende también. - Pues no te sorprendas; distinguimos una especie particular de amor, y le llamamos amor, usando del nombre que corresponde á todo el género; mientras que paralas demás especies, empleamos términos diferentes. -Te suplico que pongas un ejemplo. - Hé aquí uno. Ya sabes que la palabra poesía (1) tiene numerosas acepciones, y expresa en general la causa que hace que una cosa, sea la que quiera, pase del no-ser al ser, de suerte que todas las obras de todas las artes son poesía, y que todos los artistas y- todos los obreros son poetas.
-Lo mismo sucede con el amor; en general es el deseo de lo que es bueno y nos hace dichosos, y este es el grande y seductor amor que es innato en todos los corazones. Pero todos aquellos, que en diversas direcciones tienden á este objeto, hombres de negocios, atletas, filósofos, no se dice que aman ni se los llama amantes; sino que sólo aquellos, que se entregan á cierta especie de amor, reciben el nombre dé todo el género, y á ellos solos se les aplican las palabras, amar, amor, amantes. -Me parece que tienes razón, la dije. - Se ha dicho, replicó ella, qye buscar la mitad de sí mismo es amar. Pero yo sostengo, que amar no es buscar ni la mitad ni el todo de sí mismo, cuando ni esta mitad ni este todo son buenos; y la prueba, amigo mió, es que consentimos en dejarnos cortar el brazo ó la pierna, aunque nos pertenecen, si creemos que estos miembros están atacados de un mal incurable. En efecto; no es lo nuestro lo que nosotros amamos, á menos que no miremos como nuestro y perteneciéndonos en propiedad lo que es bueno, y como extraño lo que es malo, porque los hombres sólo aman lo que es bueno. ¿No es esta tu opinión? - ¡Por Júpiter! pienso como tú. -¿Basta decir que los hombres aman lo bueno? -Sí . -¡Pero qué! ¿No es preciso añadir, que aspiran también á poseer lo bueno? -Es preciso. - ¿Y no sólo á poseerlo, sino también á poseerlo siempre? -Es cierto también. -En suma, el amor consiste en querer poseer siempre lo bueno. -Nada más exacto, respondí yo. -Si tal es el amor en general; ¿en qué caso particular la indagación y la prosecución activa de lo bueno toman el nombre de amor? ¿Cuál es? ¿Puedes decírmelo? -No, Diotima, porque si pudiera decirlo, no admiraría tu sabiduría ni vendría cerca de tí para aprender estas verdades. -Voy á decírtelo: es la producción de la belleza, ya mediante el cuerpo, ya mediante el alma. -Vaya un enigma, que reclama un adivino para descifrarle ; yo no le comprendo. -Voy á hablar con más claridad. Todos los hombres, Sócrates, son capaces de engendrar mediante el cuerpo y mediante el alma, y cuando han llegado á cierta edad, su naturaleza exige el producir. En la fealdad üD puede producir, y sí sólo en la belleza; la unión del hombre y de la mujer es una producción, y esta producción es una obra divina, fecundación y generación, á que el ser mortal debe su inmortalidad. Pero estos efectos no pueden realizarse en lo que es discordante. Porque la fealdad no puede concordar con nada de lo que es divino; esto sólo puede hacerlo la belleza. La belleza, respecto á la generación, es semejante al Destino (1) y á Lucina (2). Por esta razón, cuando el ser fecundante se aproxima á lo bello, lleno de amor y de alegría, se dilata, engendra, produce. Por el contrario, si se aproxima á lo feo, triste y remiso, se estrecha, se tuerce, se contrae, y no engendra, sino que comunica con dolor su germen fecundo. De aquí, en el ser fecundante y lleno de vigor para producir, esa ardiente prosecución de la belleza que debe libertarle de los dolores del alumbramiento. Porque la belleza, Sócrates, no es, como tú te imaginas, el objeto del amor. -¿Pues cuál es el objeto del amor? -Es la generación y la producción de la belleza. -Sea asi, respondí yo. -No hay que dudar de ello, replicó. - Pero, ¿por qué el objeto del amor es la generación? -Porque es la generación la que perpetúa la familia de los seres animados, y le da la inmortalidad, que consiente la naturaleza mortal. Pues conforme á lo que ya hemos convenido, es necesario unir al deseo de lo bueno el deseo de la inmortalidad, puesto que el amor consiste en aspirar á que lo bueno nos pertenezca siempre. De aquí se sigue que la inmortalidad es igualmente el objeto del amor. -Tales fueron las lecciones que me dio Diotima en nuestras conversaciones sobre el Amor. Me dijo un dia: ¿cuál es, en tu opinión, Sócrates, la causa de este deseo y de este amor? ¿No has observado en qué estado excepcional se encuentran todos los animales volátiles y terrestres cuando sienten el deseo de engendrar ? ¿ No les ves como enfermizos, efecto de la agitación amorosa que les persigue durante el emparejamiento, y después, cuando se trata del sosten de la prole, no ves cómo los más débiles se preparan para combatir á los más fuertes, hasta perder la vida, y cómo se imponen el hambre y toda clase de privaciones para hacerla vivir? Respecto á los hombres, puede creerse que es por razón el obrar así; pero los animales, ¿de dónde les vienen estas disposiciones amorosas? ¿Podrías decirlo? -La respondí que lo ignoraba.
-¿Y esperas, replicó ella, hacerte nunca sabio en amor si ignoras una cosa como ésta? -Pero repito, Diotima, que esta es la causa de venir yo en tu busca; porque sé que tengo necesidad de tus lecciones. Explícame eso mismo sobre que me pides explicación, y todo lo demás que se refiere al amor. -Pues bien, dijo, si crees que el objeto natural del amor es aquel en que hemos convenido muchas veces, mi pregunta nO debe turbarte; porque, ahora como antes, es la naturaleza mortal la que aspira á perpetuarse y á hacerse inmortal, en cuanto es posible; y su único medio es el nacimiento que sustituye un individuo viejo con un individuo joven. En efecto, bien que se diga de un individuo, desde su nacimiento hasta su muerte, que vive y que es siempre el mismo, sin embargo, en realidad no está nunca ni en el mismo estado ni en el mismo desenvolvimiento , sino que todo muere y renace sin cesar en él, sus cabellos, su carne, sus huesos, su sangre, en una palabra, todo su cuerpo; y no sólo su cuerpo, sino también su alma, sus hábitos, sus costumbres, sus opiniones, sus deseos, sus placeres, sus penas, sus temores; todas sus afecciones no subsisten siempre las mismas, sino que nacen y mueren continuamente. Pero lo más sorprendente es que no solamente nuestros conocimientos nacen y mueren en nosotros de la misma manera (porque eii este concepto también mudamos sin cesar), sino que cada uno de ellos en particular pasa por las mismas vicisitudes. En efecto, lo que se llama reflexionar se refiere aun conocimiento que se borra, porque el olvido es la extinción de un conocimiento; porque la reflexión, formando un nuevo recuerdo en lugar del que se marcha, conserva en nosotros este conocimiento, si bien creemos que es el mismo. Así se conservan todos los seres mortales; no subsisten absolutamente y siempre los mismos, como sucede á lo que es divino, sino que el que marcha y el que envejece deja en su lugar un individuo joven, ^semejante á lo que él mismo ha.bia sido. Hé aquí, Sócrates, cómo todo lo que es moi'tal participa de la inmortalidad, y lo mismo el cuerpo que todo lo demás. En cuanto al ser inmortal sucede lo mismo por una razón diferente. No te sorprendas si todos los seres animados estiman tanto sus renuevos, porque la solicitud y el amor que les anima no tiene otro origen que esta sed de inmortalidad. -Después que me habló de esta manera, la dije lleno de admiración: muy bien, muy sabia Dio tima, pero ¿pasan las cosas así realmente? -Ella, con un tono de consumado sofista, me dijo : no lo dudes, Sócrates, y si quieres reflexionar ahora sobre la ambición de los hombres, te parecerá su conducta poco conforme con estos principios, si no te fijas en que los hombres están poseídos del deseo de crearse un nombre y de adquirir una gloria inmortal en la posteridad; y que este deseo, más que el amor paterno, es el que les hace despreciar todos los peligros, comprometer su fortuna, resistir todas las fatigas y sacrificar su misma vida. ¿Piensas, en efecto, que Alceste hubiera sufrido la muerte en lugar de Admete, que Aquiles la hubiera buscado por vengar á Patroclo, y que vuestro Codro se hubiera sacrificado por asegurar el reinado de sus hijos, si todos ellos no hubiesen esperado dejar tras sí este inmortal recuerdo de su virtud, que vive aún entre nosotros? De ninguna manera, prosiguió Diotima. Pero por esta inmortalidad de la virtud, por esta noble gloria, no hay nadie que no se lance, yo creo, á conseguirla, con tanto más ardor cuanto más virtuoso sea el que la prosiga, porque todos tienen amor á lo que es inmortal. Los que-son fecundos con relación al cuerpo aman las mujeres, y se inclinan con preferencia á ellas, creyendo asegurar, mediante la procreación de los hijos, la inmortalidad, la perpetuidad de su nombre y la felicidad que se imaginan en el curso de los tiempos. Pero los que son fecundos con relación al espíritu... Aquí Diotima, interrumpiéndose, añadió: porque los hay que son más fecundos de espíritu que de cuerpo para las cosas que al espíritu toca producir. ¿Y qué es lo que toca al espíritu producir? La sabiduría y las demás virtudes que han nacido de los poetas y de todos los artistas dotados del genio de invención. Pero la sabiduría más alta y más bella es la que preside al gobierno de los Estados y de las familias humanas, y que se llama prudencia y justicia. Cuando un mortal divino lleva en su alma desde la infancia el germen de estas virtudes, y llegado á la madurez de la edad desea producir y engendrar, va de un -lado para otro buscando la belleza, en la que podrá engendrar, porque nunca podría conseguirlo en la fealdad. En su ardor, de producir, se une á los cuerpos bellos con preferencia á los feos, y si en un cuerpo bello encuentra un alma bella, generosa y bien nacida, esta reunión le complace soberanamente. Cerca de un ser semejante pronuncia numerosos y elocuentes discursos sobre la virtud, sobre los deberes y las ocupaciones del hombre de bien, y se consagra á instruirle, porque el contacto y el comercio de la belleza le hacen engendrar y producir aquello, cuyo germen se encuentra/ya en él. Ausente ó presente piensa siempre en el objeto que ama, y ambos alimentan en común á los frutos de su unión. De e.sta manera el lazo y la afección que ligan el uno al atro son mucho más íntimos y mucho más fuertes que los de la familia, porque estos hijos de su inteligencia son más bellos y más inmortales, y no hay nadie que no prefiera tales hijos á cualquiera otra posteridad, si considera y admira las producciones que Homero, Hesiodo y los demás poetas han dejado ; si tiene en cuenta la nombradía y la memoria imperecedera, que estos inmortales hijos han proporcionado á sus padres; ó bien si recuerda los hijos que Licurgo ha dejado tras sí en Lacedemonia y que han sido la gloria de esta ciudad, y me atrevo á decir que de la Grecia entera. Solón, lo mismo, es honrado por vosotros como padre de las leyes, y otros muchos hombres grandes lo son también en diversos países, ya en Grecia, ya entre los bárbaros, porque han producido una infinidad de obras admirables y creado toda clase de virtudes. Estos hijos les han valido templos, mientras que los hijos de los hombres, que salen del seno de una mujer, jamás han hecho engrandecer á nadie. Quizá, Sócrates, he llegado á iniciarte hasta en los misterios del amor; pero en cuanto al último grado de la iniciación y á las revelaciones más secretas, para las que todo lo que acabo de decir no es más que una preparación, no sé si, ni aún bien dirigido, podría tu espíritu elevarse hasta ellas. Yo, sin embargo, continuaré sin que se entibie mi celo. Trata de seguirme lo mejor que puedas. El que quiere aspirar á este objeto por el verdadero camino , debe desde su juventud comenzar á buscar los cuerpos bellos. Debe además, si está bien dirigido, amar uno sólo, y en él engendrar y producir bellos discursos. En seguida debe llegar á comprender que la belleza, que se ,encuentra en un cuerpo cualquiera, es hermana de la belleza que se encuentra en todos los demás. En efecto, si es preciso buscar la belleza en general, seria una gran locura no creer que la belleza, que reside en todos los cuerpos, es una é idéntica. Una vez penetrado de este pensamiento , nuestro hombre debe mostrarse amante de todos los cuerpos bellos, y despojarse, como de una despreciable pequenez, de toda pasión que se reconcentre sobre uno sólo. Después debe considerar la belleza del alma como más preciosa que la del cuerpo ; de suerte, que una alma bella, aunque esté en un cuerpo desprovisto de perfecciones , baste para atraer su amor y sus cuidados, y para ingerir en ella los discursos más propios para hacer mejor la juventud. Siguiendo asi, se verá necesariamente con ducido á contemplar la belleza que se encuentra en las acciones de los hombres y en las leyes, á ver que esta belleza por todas partes es idéntica á si misma, y hacer por consiguiente poco caso de la belleza corporal. De las acciones de los hombres deberá pasar á las ciencias para contemplar en ellas la belleza; y entonces, teniendo una idea más amplia de lo bello, nb se verá encadenado como un esclavo en el estrecho amor de la belleza de un joven, de un hombre ó de una sola acción, sino que lanzado CQ el océano de la belleza, y extendiendo sus mir adas sobre este espectáculo, producirá con inagotable fecundidad los discursos y pensamientos más grandes de la filosofía, hasta que, asegurado y engrandecido su espíritu por esta sublime contemplación, sólo perciba una ciencia, la de lo bello. Préstame ahora, Sócrates, toda la atención de que eres capaz. El que en los misterios del amor se haya elevado hasta el punto en que estamos, después de haber recorrido en orden conveniente todos los grados de lo bello y llegado, por último, al término de la iniciación, percibirá como un relámpago una belleza maravillosa, aquella joh Sócratesl que era objeto de todos sus trabajos anteriores; belleza eterna, increada é imperecible, exenta de aumento y de diminución; belleza que no es bella en tal parte y fea en cual otra, bella sólo en tai tiempo y no en tal otro, bella bajo una relación y fea bajo otra, bella en tal lugar y fea en cual otro, bella para éstos y fea para aquellos; belleza que no tiene nada de sensible como el semblante ó las manos, ni nada de corporal; que tampoco es este discurso ó esta ciencia; que no reside en ningún ser diferente de ella misma, en un animal, por ejemplo, ó en la tierra, ó en el cielo, ó en otra cosa, sino que existe ete rna y absolutamente por si misma y en sí misma; de ella participan todas las demás bellezas , sin que el nacimiento ni la destrucción de éstas causen ni la menor diminución ni el
Meee encanto❤💃🔥
Gracias, jaja algo inspiraste. Es del banquete de platon, si no lo leiste, creo te gustara.
Rock'n Roma ☮️✌️😂
Gracias Ricardo, es del Banquete de Platon.
❤
Рим благодарит вас
Todo lo que sé sobre el amor, se lo debo á ella. Voy á referiros
lo mejor que pueda, y conforme á los principios en que
hemos convenido Agaton y yo, la conversación que con
ella tuve; y para ser fiel á tu método, Agaton, explicaré
primero lo que es el amor, y en seguida cuáles son sus
efectos. Me parece más fácil referiros fielmente la conversación que tuve con la extranjera. Habia yo dicho á Diotima casi las mismas cosas que acaba de decirnos Agaton:
que el Amor era un gran dios, y amor de lo bello; y ella
se servia de las mismas razones que acabo de emplear
yo contra Agaton, para probarme que el Amor no es ni
bello ni bueno. Yo la repliqué: ¿qué piensas tú, Diotima,
entonces? ¡ Qué! ¿será posible que el Amor sea feo y malo?
-Habla mejor, me respondió: ¿crees que todo lo que
no es bello, es necesariamente feo?
-Mucho que lo creo.
-¿Y crees que no se puede carecer de la ciencia sin ser
absolutamente ignorante? ¿No has observado que hay un
término medio entre la ciencia y la ignorancia?
-¿Cuál es?
-Tener una opinión verdadera sin poder dar razón de
ella; ¿no sabes que esto, ni es ser sabio, puesto que la
ciencia debe fundarse en razones; ni es ser ignorante,
puesto que lo que participa de la verdad no puede llamarse
ignorancia? La verdadera opinión ocupa un lugar intermedio entre la ciencia y la ignorancia.
Confesé á Diotima, que decia verdad.
-No afirmes, pues, replicó ella, que todo lo que no es
bello es necesariamente feo, y que todo lo que no es bueno
es necesariamente malo. Y por haber reconocido que el
Amor no es ni bueno ni bello, no vayas á creer que necesariamente es feo y malo, sino que ocupa un término medio entre estas cosas contrarias.
-Sin embargo, repliqué yo, todo el mundo está acorde
en decir que el Amor es un gran dios.
-¿Qué entiendes tú, Sócrates, por todo el mundo? ¿Son
los sabios ó los ignorantes?
-^Entiendo todo el mundo sin excepción.
-¿Cómo, replicó ella sonriéndose, podría pasar por un
gran dios para todos aquellos que ni aun por dios le reconocen?
-¿Cuáles, la dije, pueden ser esos?
-Tú y yo, respondió ella.
-¿Cómo puedes probármelo?
-No es difícil. Respóndeme. ¿No dices que todos los
dioses son bellos y dichosos?¿O te atreverlas á sostener que
hay uno que no sea ni dichoso ni bello?
-iNo, por Júpiter!
-¿No llamas dichosos á aquellos que. poseen cosas bellas y buenas?
-Seguramente.
-Pero estás conforme en que el Amor desea las cosas
bellas y buenas, y que el deseo «s una señal de privación.
- En efecto, estoy conforme en eso.
-¿Cómo entonces, repuso Diotima, es posible que el
Amor sea un dios, estando privado de lo que es bello y
bueno?
-Eso, alo que parece, no puede ser en manera alguna.
-¿No ves, por consiguiente, que también tú piensas
que el Amor no es un dios?
-¡Pero quél la respondí, ¿es que el Amor es mortal?
- De ninguna manera.
-Pero, en fin, Diotima, díme que es
-Es, como dije antes, una cosa intermedia entre lo
mortal y lo inmortal.
-¿Pero qué es por último?
-Un g-ran demonio, Sócrates; porque todo demonio
ocupa un lugar intermedio entre los dioses y los hombres.
-¿Cuál es, la dije, la función propia de un demonio?
-La de ser intérprete y medianero entre los dioses y
los hombres; llevar al cielo las súplicas y los sacrificios
de estos últimos, y comunicar á los hombres las órdenes de los dioses y la remuneración de los sacrificios que
les han ofrecido. Los demonios llenan el intervalo que
separa el cielo de la tierra; son el lazo que une al gran
todo. De ellos procede toda la esencia adivinatoria y el
arte de los sacerdotes con relación á los sacrificios, á los
misterios, á los encantamientos, á las profecías y á la
magia. La naturaleza divina como no entra nunca en
comunicación directa con el hombre, se vale de los demonios para relacionarse y conversar con los hombres,
ya durante la vigilia, ya durante el sueño. El que es sabio en todas estas cosas es demoniaco (1); y el que es
hábil en todo lo demás, en las artes y oficios, es un simple operario. Los demonios son muchos y de muchas clases, y el Amor es uno de ellos.
-¿A qué padres debe su nacimiento? pregunté á Diotima.
- Voy á decírtelo, respondió ella, aunque la historia
es larga.
Cuando el nacimiento de Venus, hubo entre los dioses
un gran festín, en el que se encontraba, entre otros, Poros (2) hijo de Metis (3). Después de la comida, Penia (4) se puso á la puerta, para mendigar algunos des-
perdidos. En este momento, Poros, embriagado con e
néctar (porque aún no se hacia uso del vino), salió de la
sala, y entró en el jardin de Júpiter, donde el sueño no
tardó en cerrar sus cargados ojos. Entonces, Penia, estrechada por su estado de penuria, se propuso tener un hijo
de Poros. Fué á acostarse con él, y se hizo madre del
Amor. Por esta razón el Amor se hizo el compañero y
servidor de Venus, porque fué concebido el mismo dia en
que ella nació; además de que el Amor ama naturalmente la belleza y Venus es bella. Y ahora, como hijo
de Poros y de Penia, hé aqui cuál fué su herencia. Por
una parte es siempre pobre, y lejos de ser bello y delicado, como se cree generalmente, es flaco, desaseado, sin
calzado, sin domicilio, sin más .lecho que la tierra, sin
tener con qué cubrirse, durmiendo al a luna, junto á
las puertas ó en las calles; en fin, lo mismo que su madre , está siempre peleando con la miseria. Pero, por
otra parte, según el natural de su padre, siempre está á
la pista de lo que es bello y bueno, es varonil, atrevido,
perseverante, cazador hábil; ansioso de saber, siempre
maquinando algún artificio, aprendiendo con facilidad,
filosofando sin cesar; encantador, mágico, sofista. Por
naturaleza no es ni mortal ni inmortal, pero en un mismo
dia aparece floreciente y lleno de vida, mientras está en
la abundancia, y después se extingue para volver á revivir, á causa de la naturaleza paterna. Todo lo que adquiere lo disipa sin cesar, de suerte q ue nunca es rico ni
pobre. Ocupa un término medio entre la sabiduría y la
ignorancia, porque ningún dios filosofa, ni desea hacerse
sabio, puesto que la sabiduría es aneja á la naturaleza
divina, y en general el que es sabio no filosofa. Lo mismo
sucede con los ignorantes; ninguno de ellos filosofa, ni
desea hacerse sabio, porque la ignorancia produce precisamente el pésimo efecto de persuadir á los que no son
bellos, ni buenos, ni sabios, de que poseen estas cualidades; porque ninguno desea las cosas de que se cree provisto.
-Pero, Diotima, ¿quiénes son los que filosofan, si no
son ni los sabios, ni los ignorantes ?
-Hasta los niños saben, dijo ella, que son los que ocupan un término medio entre los ignorantes y los sabios, y
el Amor es de este número. La sabiduría es una de las
La sabiduría es una de las
cosas más bellas del mundo, y como el Amor ama lo que
es bello, es preciso concluir que el Amor es amante de la
sabiduría, es decir, filósofo; y como tal se halla en un
medio entre el sabio y el ignprante. A su nacimiento lo
debe, porque es hijo de un padre sabio y rico, y de una madre que no es ni rica ni sabia. Tal es, mi querido Sócrates, la naturaleza de este demonio. En cuanto á la idea
que tú te formabas, no es extraño que te haya ocurrido,
porque creías, por lo que pude conjeturar en vista de tus
palabras, que el Amor es lo que es amado y no lo que
ama. Hé aquí, á mi parecer, por qué el Amor te parecía
muy bello, porque lo amable es la belleza real, la gracia,
la perfección y el soberano bien. Pero lo que ama es de
otra naturaleza distinta como acabo de explicar.
- Y bien, sea así, extranjera; razonas muy bien, pero
el Amor, siendo como tú acabas de decir, ¿de qué utilidad
es para los hombres?
-Precisamente eso es, Sócrates, lo que ahora quiero
enseñarte. Conocemos la naturaleza y el origen del Amor;
es como tú dices el amor á lo bello. Pero si alguno nos
preguntase: ¿qué es el amor á lo bello, Sócrates y Diotima, ó hablando con mayor claridad, el que ama lo bello á
qué aspira?
-A poseerlo, respondí yo.
- Esta respuesta reclama una nueva pregunta, dijo
Diotima; ¿qué le resultará de poseer lo bello?
-Respondí, qué no me era posible contestar inmediatamente á esta pregunta.
-Pero, replicó ella, si se cambiase el término, y poniendo lo bueno en lugar de lo bello te preguntase: Sócrates, el que ama lo bueno, ¿á qué aspira?
-A poseerlo.
-¿Y qué le resultarla de poseerlo?
-Encuentro ahora más fácil la respuesta; se hará
dichoso.
-Porque creyendo las cosas buenas, es como los seres
dichosos son dichosos, y no hay necesidad de preguntar
porqué el que quiere ser dichoso quiere serlo; tu respuesta
me parece satisfacer á todo.
- Es cierto, Diotima.
-Pero piensas que este amor y esta voluntad sean comunes á todos los hombres, y que todos quieran siempre
tener lo que es bueno; ¿ó eres tú de otra opinión?
-No, creo que todos tienen este amor y esta voluntad.
-¿Por qué entonces, Sócrates, no decimos que todos
los hombres aman, puesto que aman todos y siempre la
misma cosa? ¿por qué lo decimos de los unos y nó de los
otros?
- Es esa una cosa que me sorprende también.
- Pues no te sorprendas; distinguimos una especie
particular de amor, y le llamamos amor, usando del
nombre que corresponde á todo el género; mientras que
paralas demás especies, empleamos términos diferentes.
-Te suplico que pongas un ejemplo.
- Hé aquí uno. Ya sabes que la palabra poesía (1)
tiene numerosas acepciones, y expresa en general la
causa que hace que una cosa, sea la que quiera, pase del
no-ser al ser, de suerte que todas las obras de todas las
artes son poesía, y que todos los artistas y- todos los
obreros son poetas.
-Lo mismo sucede con el amor; en general es el deseo
de lo que es bueno y nos hace dichosos, y este es el grande
y seductor amor que es innato en todos los corazones.
Pero todos aquellos, que en diversas direcciones tienden á
este objeto, hombres de negocios, atletas, filósofos, no se
dice que aman ni se los llama amantes; sino que sólo
aquellos, que se entregan á cierta especie de amor, reciben el nombre dé todo el género, y á ellos solos se les
aplican las palabras, amar, amor, amantes.
-Me parece que tienes razón, la dije.
- Se ha dicho, replicó ella, qye buscar la mitad de sí
mismo es amar. Pero yo sostengo, que amar no es buscar
ni la mitad ni el todo de sí mismo, cuando ni esta mitad
ni este todo son buenos; y la prueba, amigo mió, es que
consentimos en dejarnos cortar el brazo ó la pierna, aunque nos pertenecen, si creemos que estos miembros están
atacados de un mal incurable. En efecto; no es lo nuestro
lo que nosotros amamos, á menos que no miremos como
nuestro y perteneciéndonos en propiedad lo que es bueno,
y como extraño lo que es malo, porque los hombres sólo
aman lo que es bueno. ¿No es esta tu opinión?
- ¡Por Júpiter! pienso como tú.
-¿Basta decir que los hombres aman lo bueno?
-Sí .
-¡Pero qué! ¿No es preciso añadir, que aspiran también
á poseer lo bueno?
-Es preciso.
- ¿Y no sólo á poseerlo, sino también á poseerlo
siempre?
-Es cierto también.
-En suma, el amor consiste en querer poseer siempre
lo bueno.
-Nada más exacto, respondí yo.
-Si tal es el amor en general; ¿en qué caso particular
la indagación y la prosecución activa de lo bueno toman
el nombre de amor? ¿Cuál es? ¿Puedes decírmelo?
-No, Diotima, porque si pudiera decirlo, no admiraría
tu sabiduría ni vendría cerca de tí para aprender estas
verdades.
-Voy á decírtelo: es la producción de la belleza, ya
mediante el cuerpo, ya mediante el alma.
-Vaya un enigma, que reclama un adivino para descifrarle ; yo no le comprendo.
-Voy á hablar con más claridad. Todos los hombres,
Sócrates, son capaces de engendrar mediante el cuerpo y
mediante el alma, y cuando han llegado á cierta edad, su
naturaleza exige el producir. En la fealdad üD puede producir, y sí sólo en la belleza; la unión del hombre y de la
mujer es una producción, y esta producción es una obra
divina, fecundación y generación, á que el ser mortal
debe su inmortalidad. Pero estos efectos no pueden realizarse en lo que es discordante. Porque la fealdad no
puede concordar con nada de lo que es divino; esto sólo
puede hacerlo la belleza. La belleza, respecto á la generación, es semejante al Destino (1) y á Lucina (2). Por
esta razón, cuando el ser fecundante se aproxima á lo
bello, lleno de amor y de alegría, se dilata, engendra,
produce. Por el contrario, si se aproxima á lo feo, triste y
remiso, se estrecha, se tuerce, se contrae, y no engendra,
sino que comunica con dolor su germen fecundo. De aquí,
en el ser fecundante y lleno de vigor para producir, esa
ardiente prosecución de la belleza que debe libertarle de
los dolores del alumbramiento. Porque la belleza, Sócrates, no es, como tú te imaginas, el objeto del amor.
-¿Pues cuál es el objeto del amor?
-Es la generación y la producción de la belleza.
-Sea asi, respondí yo.
-No hay que dudar de ello, replicó.
- Pero, ¿por qué el objeto del amor es la generación?
-Porque es la generación la que perpetúa la familia
de los seres animados, y le da la inmortalidad, que
consiente la naturaleza mortal. Pues conforme á lo que
ya hemos convenido, es necesario unir al deseo de lo
bueno el deseo de la inmortalidad, puesto que el amor
consiste en aspirar á que lo bueno nos pertenezca siempre. De aquí se sigue que la inmortalidad es igualmente
el objeto del amor.
-Tales fueron las lecciones que me dio Diotima en
nuestras conversaciones sobre el Amor. Me dijo un dia:
¿cuál es, en tu opinión, Sócrates, la causa de este deseo y
de este amor? ¿No has observado en qué estado excepcional se encuentran todos los animales volátiles y terrestres
cuando sienten el deseo de engendrar ? ¿ No les ves como
enfermizos, efecto de la agitación amorosa que les persigue durante el emparejamiento, y después, cuando se
trata del sosten de la prole, no ves cómo los más débiles
se preparan para combatir á los más fuertes, hasta perder
la vida, y cómo se imponen el hambre y toda clase de
privaciones para hacerla vivir? Respecto á los hombres,
puede creerse que es por razón el obrar así; pero los animales, ¿de dónde les vienen estas disposiciones amorosas?
¿Podrías decirlo?
-La respondí que lo ignoraba.
-¿Y esperas, replicó ella, hacerte nunca sabio en amor
si ignoras una cosa como ésta?
-Pero repito, Diotima, que esta es la causa de venir
yo en tu busca; porque sé que tengo necesidad de tus
lecciones. Explícame eso mismo sobre que me pides explicación, y todo lo demás que se refiere al amor.
-Pues bien, dijo, si crees que el objeto natural del
amor es aquel en que hemos convenido muchas veces, mi
pregunta nO debe turbarte; porque, ahora como antes, es
la naturaleza mortal la que aspira á perpetuarse y á hacerse inmortal, en cuanto es posible; y su único medio
es el nacimiento que sustituye un individuo viejo con un
individuo joven. En efecto, bien que se diga de un individuo, desde su nacimiento hasta su muerte, que vive y
que es siempre el mismo, sin embargo, en realidad no
está nunca ni en el mismo estado ni en el mismo desenvolvimiento , sino que todo muere y renace sin cesar en
él, sus cabellos, su carne, sus huesos, su sangre, en una
palabra, todo su cuerpo; y no sólo su cuerpo, sino también su alma, sus hábitos, sus costumbres, sus opiniones, sus deseos, sus placeres, sus penas, sus temores;
todas sus afecciones no subsisten siempre las mismas, sino
que nacen y mueren continuamente. Pero lo más sorprendente es que no solamente nuestros conocimientos nacen
y mueren en nosotros de la misma manera (porque eii
este concepto también mudamos sin cesar), sino que cada
uno de ellos en particular pasa por las mismas vicisitudes. En efecto, lo que se llama reflexionar se refiere aun
conocimiento que se borra, porque el olvido es la extinción de un conocimiento; porque la reflexión, formando
un nuevo recuerdo en lugar del que se marcha, conserva
en nosotros este conocimiento, si bien creemos que es el
mismo. Así se conservan todos los seres mortales; no subsisten absolutamente y siempre los mismos, como sucede
á lo que es divino, sino que el que marcha y el que envejece deja en su lugar un individuo joven, ^semejante á lo
que él mismo ha.bia sido. Hé aquí, Sócrates, cómo todo lo
que es moi'tal participa de la inmortalidad, y lo mismo el
cuerpo que todo lo demás. En cuanto al ser inmortal sucede lo mismo por una razón diferente. No te sorprendas
si todos los seres animados estiman tanto sus renuevos,
porque la solicitud y el amor que les anima no tiene otro
origen que esta sed de inmortalidad.
-Después que me habló de esta manera, la dije lleno
de admiración: muy bien, muy sabia Dio tima, pero ¿pasan las cosas así realmente?
-Ella, con un tono de consumado sofista, me dijo : no
lo dudes, Sócrates, y si quieres reflexionar ahora sobre la
ambición de los hombres, te parecerá su conducta poco
conforme con estos principios, si no te fijas en que los
hombres están poseídos del deseo de crearse un nombre
y de adquirir una gloria inmortal en la posteridad; y que
este deseo, más que el amor paterno, es el que les hace
despreciar todos los peligros, comprometer su fortuna,
resistir todas las fatigas y sacrificar su misma vida.
¿Piensas, en efecto, que Alceste hubiera sufrido la muerte
en lugar de Admete, que Aquiles la hubiera buscado
por vengar á Patroclo, y que vuestro Codro se hubiera
sacrificado por asegurar el reinado de sus hijos, si todos
ellos no hubiesen esperado dejar tras sí este inmortal recuerdo de su virtud, que vive aún entre nosotros? De ninguna manera, prosiguió Diotima. Pero por esta inmortalidad de la virtud, por esta noble gloria, no hay nadie que
no se lance, yo creo, á conseguirla, con tanto más ardor
cuanto más virtuoso sea el que la prosiga, porque todos
tienen amor á lo que es inmortal. Los que-son fecundos
con relación al cuerpo aman las mujeres, y se inclinan con
preferencia á ellas, creyendo asegurar, mediante la procreación de los hijos, la inmortalidad, la perpetuidad de
su nombre y la felicidad que se imaginan en el curso de
los tiempos. Pero los que son fecundos con relación al espíritu... Aquí Diotima, interrumpiéndose, añadió: porque
los hay que son más fecundos de espíritu que de cuerpo
para las cosas que al espíritu toca producir. ¿Y qué es lo
que toca al espíritu producir? La sabiduría y las demás
virtudes que han nacido de los poetas y de todos los artistas dotados del genio de invención. Pero la sabiduría
más alta y más bella es la que preside al gobierno de los
Estados y de las familias humanas, y que se llama prudencia y justicia. Cuando un mortal divino lleva en su
alma desde la infancia el germen de estas virtudes, y
llegado á la madurez de la edad desea producir y engendrar, va de un -lado para otro buscando la belleza, en la
que podrá engendrar, porque nunca podría conseguirlo
en la fealdad. En su ardor, de producir, se une á los cuerpos bellos con preferencia á los feos, y si en un cuerpo
bello encuentra un alma bella, generosa y bien nacida,
esta reunión le complace soberanamente. Cerca de un ser
semejante pronuncia numerosos y elocuentes discursos
sobre la virtud, sobre los deberes y las ocupaciones del
hombre de bien, y se consagra á instruirle, porque el contacto y el comercio de la belleza le hacen engendrar y
producir aquello, cuyo germen se encuentra/ya en él.
Ausente ó presente piensa siempre en el objeto que ama,
y ambos alimentan en común á los frutos de su unión. De
e.sta manera el lazo y la afección que ligan el uno al atro
son mucho más íntimos y mucho más fuertes que los de la
familia, porque estos hijos de su inteligencia son más bellos y más inmortales, y no hay nadie que no prefiera tales
hijos á cualquiera otra posteridad, si considera y admira
las producciones que Homero, Hesiodo y los demás poetas
han dejado ; si tiene en cuenta la nombradía y la memoria imperecedera, que estos inmortales hijos han proporcionado á sus padres; ó bien si recuerda los hijos que Licurgo ha dejado tras sí en Lacedemonia y que han sido la
gloria de esta ciudad, y me atrevo á decir que de la Grecia entera. Solón, lo mismo, es honrado por vosotros como
padre de las leyes, y otros muchos hombres grandes
lo son también en diversos países, ya en Grecia, ya entre
los bárbaros, porque han producido una infinidad de obras
admirables y creado toda clase de virtudes. Estos hijos les han valido templos, mientras que los hijos de los
hombres, que salen del seno de una mujer, jamás han
hecho engrandecer á nadie.
Quizá, Sócrates, he llegado á iniciarte hasta en los misterios del amor; pero en cuanto al último grado de la iniciación y á las revelaciones más secretas, para las que
todo lo que acabo de decir no es más que una preparación,
no sé si, ni aún bien dirigido, podría tu espíritu elevarse
hasta ellas. Yo, sin embargo, continuaré sin que se entibie mi celo. Trata de seguirme lo mejor que puedas.
El que quiere aspirar á este objeto por el verdadero camino , debe desde su juventud comenzar á buscar los cuerpos bellos. Debe además, si está bien dirigido, amar uno
sólo, y en él engendrar y producir bellos discursos. En
seguida debe llegar á comprender que la belleza, que se
,encuentra en un cuerpo cualquiera, es hermana de la belleza que se encuentra en todos los demás. En efecto, si
es preciso buscar la belleza en general, seria una gran locura no creer que la belleza, que reside en todos los cuerpos, es una é idéntica. Una vez penetrado de este pensamiento , nuestro hombre debe mostrarse amante de todos
los cuerpos bellos, y despojarse, como de una despreciable
pequenez, de toda pasión que se reconcentre sobre uno
sólo. Después debe considerar la belleza del alma como
más preciosa que la del cuerpo ; de suerte, que una alma
bella, aunque esté en un cuerpo desprovisto de perfecciones , baste para atraer su amor y sus cuidados, y para ingerir en ella los discursos más propios para hacer mejor
la juventud. Siguiendo asi, se verá necesariamente con
ducido á contemplar la belleza que se encuentra en las
acciones de los hombres y en las leyes, á ver que esta belleza por todas partes es idéntica á si misma, y hacer por
consiguiente poco caso de la belleza corporal. De las acciones de los hombres deberá pasar á las ciencias para
contemplar en ellas la belleza; y entonces, teniendo una
idea más amplia de lo bello, nb se verá encadenado como
un esclavo en el estrecho amor de la belleza de un joven,
de un hombre ó de una sola acción, sino que lanzado CQ
el océano de la belleza, y extendiendo sus mir adas sobre
este espectáculo, producirá con inagotable fecundidad los
discursos y pensamientos más grandes de la filosofía,
hasta que, asegurado y engrandecido su espíritu por esta
sublime contemplación, sólo perciba una ciencia, la de lo
bello.
Préstame ahora, Sócrates, toda la atención de que eres
capaz. El que en los misterios del amor se haya elevado
hasta el punto en que estamos, después de haber recorrido en orden conveniente todos los grados de lo bello y
llegado, por último, al término de la iniciación, percibirá
como un relámpago una belleza maravillosa, aquella joh
Sócratesl que era objeto de todos sus trabajos anteriores;
belleza eterna, increada é imperecible, exenta de aumento
y de diminución; belleza que no es bella en tal parte y fea
en cual otra, bella sólo en tai tiempo y no en tal otro,
bella bajo una relación y fea bajo otra, bella en tal lugar
y fea en cual otro, bella para éstos y fea para aquellos;
belleza que no tiene nada de sensible como el semblante ó
las manos, ni nada de corporal; que tampoco es este discurso ó esta ciencia; que no reside en ningún ser diferente
de ella misma, en un animal, por ejemplo, ó en la tierra,
ó en el cielo, ó en otra cosa, sino que existe ete rna y absolutamente por si misma y en sí misma; de ella participan todas las demás bellezas , sin que el nacimiento ni la
destrucción de éstas causen ni la menor diminución ni el