Francisco de Quevedo: Poesía, Vida, Obra...
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- Опубліковано 13 гру 2024
- #literatura #poesía #teatro #cultura
Francisco de Quevedo nació en 1580, en Madrid. Sus padres, de clase hidalga, trabajan en la corte real, lo que hizo que el joven Quevedo se criara entre los personajes más influyentes, política y culturalmente, de la España del siglo XVII. No obstante, el niño Quevedo vino al mundo con una severa miopía y una visible cojera de los dos pies que marcaría toda su existencia, pero principalmente su infancia.
Sus defectos físicos hicieron de Quevedo, seguramente, un niño solitario y triste que se refugió en el estudio y la lectura.
Estudió en el Colegio Imperial de los Jesuitas y después en las Universidades de Alcalá y Valladolid, lugares en los que aprendió varios idiomas (griego, latín, italiano, hebrero, francés…), teología, filosofía, leyes y ciencias.
Fue precisamente en Valladolid, lugar de residencia de la corte entre 1601 y 1606, donde comenzó a cobrar sus primeros éxitos literarios, destacando su estilo burlesco y sus poemas satíricos contra Góngora. La famosa antología de Pedro Espinosa, titulada Flores de poetas ilustres y publicada en 1605, contó con 16 poemas de Quevedo, que terminaron por darle fama en aquellos tiempos.
De personalidad compleja, como hombre barroco, reunía en sí las más grandes contradicciones. Fue capaz de compaginar los sonetos de amor más perfectos y sublimes de la literatura castellana con la más baja escatología o los chistes más groseros. Han dicho de él que era capaz de cualquier cosa (incluso ridiculizarse a sí mismo) por hacer un juego de palabras o una gracia con ingenio.
Pero Quevedo no vivió nunca de la literatura, sino de sus quehaceres políticos y de la herencia paterna. Desde muy temprana edad supo que su sitio era, como el de sus padres, el de la corte.
Sus defectos físicos impidieron que pudiera ingresar y hacer carrera en el ejército, pero a pesar de ello fue uno de los más famosos espadachines de su época.
Primero perteneció al círculo de su gran amigo de juventud, el duque de Osuna, a quien dedicó su traducción de Anacreonte y al que lo unió de por vida una amistad verdadera y una línea similar de pensamiento y concepción del mundo , como podemos ver en los famosos sonetos que le dedicó tras su muerte, sobre todo aquel que empieza “Faltar pudo su patria al grande Osuna...” .
El Duque de Osuna había sido nombrado Virrey de Sicilia y otorgó a Quevedo numerosas embajadas de primer nivel, como hombre de principal importancia e incluso como espía. Quevedo fue enviado en 1615 por el duque a Madrid con 30.000 ducados para sobornar a la corte y conseguir el Virreinato de Nápoles, cosa que parece que Quevedo logró con eficacia.
Una vez conseguidas Nápoles y Sicilia, los planes aparentes del Duque de Osuna y Quevedo eran los de hacerse también con la archienemiga Venecia, que no paraba de hostigar a los barcos españoles. No obstante, la famosa “Conjuración de Venecia” en 1618 dio al traste con los planes de Osuna y Quevedo y los venecianos mataron a todos los extranjeros que había en la ciudad aquel día, impidiendo el supuesto golpe. Cuenta la leyenda que Quevedo, disfrazado de mendigo, consiguió escapar de Venecia imitando el acento de los nativos de la ciudad, gracias a su habilidad para las lenguas.
La Conjura de Venecia, que aún es un hecho sin esclarecer, mermó el prestigio nacional e Internacional del duque de Osuna, que fue llamado a España y arrestado, ya que corría el falso rumor de que quería hacerse con el poder en Italia y quitarle dos sílabas al título de virrey, es decir, convertirse en rey, independizándose de España.
Quevedo cayó también con el Duque de Osuna y fue desterrado a la Torre de Juan Abad en Ciudad Real, de la que era propietario. Una vez levantado el destierro, el poeta vuelve de nuevo a la Corte, ganándose la confianza del que será el personaje más importante de aquellos tiempos, el Conde Duque de Olivares, valido del rey Felipe IV. Pero la amistad con Olivares también se terminó enturbiando a medida que pasaban los años y Quevedo (que había sido secretario real) se iba desencantado; por lo que el poeta volvió a sufrir varios destierros más.
Su enfrentamiento con Olivares quedó plasmado en un maravilloso soneto que da muestras de la osadía y el arrojo de Quevedo, y que comienza así:
“No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?”
En 1634 se casó con Esperanza de Mendoza, pero parece que fue un matrimonio sin amor, realizado por puras apariencias y formalidades, para guardar las formas sociales de la época. Quevedo abandonó a su esposa sólo unos meses después. Recuerden que el escritor había afirmado años antes que “prefería ver un cura en su entierro antes que en su boda” y que sus versos estaban llenos de una gran misoginia.