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3 Julio 2024-Santo Tomás, Apóstol-Ciclo B-Jn 20, 24-29-¡Dichosos los que creen sin haber visto!

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  • Опубліковано 1 лип 2024
  • EVANGELIO DE LA FIESTA DE SANTO TOMÁS APÓSTOL, 3 DE JULIO 2024-CICLO B: Jn 20, 24-29: «DICHOSOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO». Son pocas las veces que Jesús usa directamente la palabra "dichosos" y quiere con ello decir "felices". Felices son aquellos que quieren ir al cielo... Y son aquellos que son pobres, son humildes, se dejan perseguir, y es por el reino de los cielos que se dejan perseguir etc. etc. Pero, como que las bienaventuranzas no son para nosotros, sino para los padrecitos, para la monja, para los apóstoles... En parte, podemos tener razón. Pero, al final del Evangelio Jesús dice a Tomás: "Tú crees, Tomás, porque has visto; dichosos los que creen sin haber visto". Y ahí, estamos incluidos todo el resto de la humanidad.
    QUÉ SIGNIFICA CREER SIN HABER VISTO. Esto es importante, porque se trata de nuestra propia dicha, ya que nosotros no hemos convivido con Jesús, y al lado de los apóstoles. Desde que vino Jesús, dichosos los que creen sin haber visto. ¿Qué significa creer sin haber visto? Casi podemos decir que significa lo mismo que creer viendo. Veamos: ¿Quién era Tomás? Tomás era un publicano, encargado de los impuestos. No era una persona bien vista, como también hoy no son bien vistos los que andan recaudando impuestos. Pero, en verdad, no nos toca a nosotros juzgar. El Señor eligió a Tomás. Y Tomás era un hombre práctico, y tan práctico que, estando reunidos todos los discípulos por miedo a los judíos, Tomás se aburrió de estar ahí y se fue, quizá a visitar a alguno de sus amigos, como a lo mejor pensando a ver qué pasa, si no funcionaba esto de seguir a Jesús. Tomás iba haciéndose quizá su plan. Tan pragmático que, cuando vino y le dijeron los discípulos: "Hemos visto al Señor", él comentó: "Si no meto mi mano en su costado, no creeré". Tomás dice algo muy serio, queriendo dar a entender: si yo meto mi mano en su costado, es decir, en el sufrimiento de Jesús, en las llagas que causaron el dolor, entonces creeré. A los ocho días, a Tomás le tocó constatar... Y, con gran bondad, Jesús le dice: "Trae tu mano, y métela aquí en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente".
    EL DOLOR ES PARTE DE LA VIDA. Cuando metió sus manos, Tomás creyó. De esta manera, Tomás experimentaba que nos toca sufrir, nos toca palpar que el dolor es parte de nuestra fe. Y eso es lo contrario de lo que nos enseña la sociedad de hoy y siempre. Lección para nosotros papás que, a veces, nos dejamos llevar por esa frase que parece muy bonita: "No quiero que mis hijos sufran lo que yo sufrí". Al decirla, y luego ponerla en práctica, evitamos a los hijos todo tipo de esfuerzo y sufrimiento... Y, con ello, nos convertimos en destructores de la formación de nuestros hijos. Cuando Tomás quiso meter su mano en el costado, quiso en su pragmatismo decirnos que el sufrimiento es parte de la vida. El sufrimiento no es algo que inventó Dios. Es una consecuencia de haber pecado: "Comerás con el sudor de tu frente". A todo hombre le toca sufrir en esta vida. Si quieres darte cuenta, ve a los hospitales y verás que los médicos, con toda su ciencia, no han acabado con el dolor y no acabarán nunca. El único que acabó con el dolor fue Jesucristo, que vino a decirnos cómo sufrir. Ahí está la diferencia. A todos los hombres nos toca sufrir. Lo importante es por qué y por quién se sufre. El dolor tiene su sentido, de tal manera que Papá Dios ni siquiera quiso ahorrarle el dolor a su propio Hijo. Cuando Dios permite un dolor en nuestras vidas es porque nos quiere. "A los que Dios quiere los prueba como oro en el crisol" (ver Eclesiastico 2, 1-5).
    DICHOSOS SOMOS, PORQUE CREEMOS. Cuando al final Tomás mete sus dedos en las llagas de las manos, y su mano en el costado, dice las palabras que nosotros decimos todos los días: "Señor mío y Dios mío". Cuando yo elevó el pan, convertido en el Cuerpo de Cristo, y el vino, convertido en la Sangre Cristo, oigo decir en voz baja y yo también en mi corazón digo esas mismas palabras: "Señor mío y Dios mío". Y cuando el dolor llega a mi alma, también estoy invitado a decir: "Señor mío y Dios mío". Cuando nosotros aceptamos el dolor en nuestras vidas, es solamente porque creemos en el Señor, aunque no lo hemos visto. Y todo, porque descubrimos que precisamente es en el dolor donde Dios se hace presente. El dolor es el dedo de Dios escribiendo en nuestras vidas. Dios escribe en nuestras vidas con el dedo del dolor, que es el dedo de su amor. Que así suceda en nuestras vidas, pues no me cansaré de pedir a Papá Dios: ¡Enséñanos a decir en toda ocasión: "Señor mío y Dios mío!". ¡Bendiciones mías y de Papá Dios! P. Salvador Gómez, L.C.

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