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Cabría añadir que el nazismo fue un fenómeno que sorprendió porque los intelectuales de izquierda estaban dominados por el marco conceptual marxista, el más inadecuado o miope para entender no sólo un fenómeno que se alimentaba de lo mítico y lo irracional, sino para concebir una derecha revolucionaria, que le disputaba a las masas y la definición misma de lo que cuenta como élite y en el que incluyó a las élites culturales mismas, es decir, a los intelectuales. El nazismo es un modernismo reaccionario (Jeffrey Herf) que cabalgaba en el lenguaje y tipo de acciones que las izquierdas, especialmente las radicales, creían exclusivamente suyas. Recoge muchas cosas pero entre otras acepta el vértigo de "todo lo sólido se desvanece en el aire" así como la desorientación ocasionada por los cambios en todos los órdenes, imponiendo su propio y patológico sentido de dirección. Por ello es un error identificarlo como un movimiento meramente conservador, al servicio de las visiones conservadoras que anteceden a la primera guerra mundial con su profunda desconfianza en el demos (Volk). El nazismo es un Jano que mira hacia atrás y hacia adelante en simultáneo con esa contradicción intensa que sólo cohabita en lo mítico, en el subsuelo oscuro de los pueblos o del inconsciente colectivo (Jung), que los discursos apodícticos del autodenominado pensamiento crítico no saben detectar.