«Como muchos oyentes habituales de este programa saben, leo novela negra desde hace unos 40 años. En ese prolongado recorrido literario estimo que debo haber leído miles de libros y centenares de autores. Muchos, tal vez los que más me impactaron, quedaron grabados en mi memoria, otros los olvidé más allá de que fueran o no valiosos, por el simple paso del tiempo.
De cuando en cuando, al recorrer mis bibliotecas, la que está en papel y la digital, me reencuentro con uno de esos textos olvidados y, al hojearlos, vuelven a mi memoria, más que los detalles del libro, las sensaciones que me produjo su lectura. En ocasiones, eso me impulsa a releerlos, y en ese nuevo recorrido a veces confirma mi evaluación original, en otras la desmiente, tal vez porque algunas de mis características como lector han cambiado con el tiempo.
Les comento esto porque recientemente, durante las vacaciones, estuve releyendo algunos de una escritora que calculo que leí por primera vez hace unos 25 o 30 años. Sus novelas eran parte de una serie, en un principio me pareció muy interesante, pero al llegar al sexto volumen tuve la sensación de que la autora se repetía, que los personajes y no crecían ni cambiaban, por lo que dejé de leerla.
Cuando decidí volver a retomar su obra, lo hice con la esperanza de haberme equivocado, de descubrir que en sus novelas había más de lo que yo había percibido. Por eso, en este capítulo 155 de “El dulce veneno de la novela negra” vamos a compartir mis lecturas de la norteamericana residente en Venecia Donna León.» Gabriel Marcelo Wainstein