Soy Mateo, aunque algunos me conocen como Leví. Mi historia comienza en un tiempo difícil para mi pueblo, los judíos, quienes vivían bajo el yugo del poderoso Imperio Romano. Roma dominaba toda la región, y con ello trajo impuestos opresivos y un sistema que muchos de nosotros no comprendíamos ni aceptábamos. Yo no era como la mayoría. Mientras mi gente sufría por los impuestos y despreciaba a los recaudadores, yo me encontraba del otro lado: era uno de ellos. Mi trabajo no era fácil, pero tampoco lo era mi reputación. Los recaudadores de impuestos como yo éramos vistos con desprecio, casi como traidores. Trabajábamos para Roma, recolectando impuestos de nuestros propios hermanos judíos, y no pocos pensaban que nos aprovechábamos de nuestra posición. A decir verdad, muchos lo hacían. En ese momento, no me importaba demasiado lo que los demás pensaran. Mi mesa de recaudación estaba siempre llena de dinero, y vivía una vida cómoda. ¿Qué más podía pedir? Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, sentía que algo no estaba bien. Cada día, cuando me sentaba a recolectar los impuestos y veía las miradas de odio, desprecio y desconfianza en los ojos de mi propio pueblo, me preguntaba si estaba en el camino correcto. Sabía que estaba ganando riquezas a costa del sufrimiento de los demás, pero el poder y la seguridad que el dinero me daba mantenían a raya cualquier duda. Mi vida parecía estable, aunque por dentro comenzaba a sentir un vacío. En aquellos tiempos, las autoridades religiosas también nos consideraban pecadores, personas impuras que no merecíamos la gracia de Dios. Para ellos, yo estaba demasiado lejos de la redención. Y, en parte, yo mismo lo creía. ¿Qué podría cambiar mi vida? No podía imaginar nada que rompiera el ciclo en el que vivía. Sin embargo, lo que no sabía es que, pronto, todo mi mundo cambiaría de una manera que jamás hubiera imaginado. Un día ordinario, mientras me encontraba sentado en mi puesto, algo extraordinario sucedió. Fue en ese momento cuando mi vida, hasta entonces marcada por la codicia y el rechazo, comenzó a dar un giro inesperado. Una figura se acercaba a mí entre la multitud, y aunque no lo sabía aún, esa figura cambiaría mi destino para siempre. Aquel día parecía igual a cualquier otro. Estaba sentado en mi puesto de recaudador de impuestos, observando a la gente que pasaba con prisas, evitándome a toda costa. Ya estaba acostumbrado a esas miradas frías, a esos gestos de desprecio. Pero entonces, entre la multitud, vi algo diferente. Un hombre se dirigía hacia mí, caminaba con calma, con una seguridad que me desconcertó. Era Jesús. Ya había oído hablar de Él. En Capernaum,
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